miércoles, abril 09, 2014

Bernardo Esteban


Si que pasan rápido los días, los meses, los años. Ya son dos desde que has llegado a alegrar a esta familia. Nosotros que creíamos que solamente faltaba ver crecer a tus hermanos y listo, que se acababan el colegio, los cumpleaños con torta y toda la parafernalia, las reuniones de padres, los canales para niños: estamos empezando de cero. El otro día, en la reunión de padres en la guardería, el papá de la Rafaela (la morocha linda que usa chompas fashion) parecía un poquito mayor nomás que el Rodrigo. Me daba risa yo, tan vivida y con hijos jóvenes en esas andanzas de nuevo. Rico.

Rico es saber muchas cosas que cuando tus hermanos eran chiquitos ignoraba por completo, no solamente por que San Google no se usaba como ahora, sino por todas las experiencias (buenas y malas) vividas con ese par de changos. Rico es volver a ver el mundo desde tus ojos de niño, sorprendiéndote por cada detalle nuevo que descubres. Rico que me hayas devuelto tanta vida. Te cuento que antes de que nazcas detestaba la Navidad, al Oso Winnie Pooh, Mickey Mouse me caía medio pesadito, y solo de ver un Osito Cariñosito se me picaba una muela. Ahora me banco a todos esos bichos con gusto y la Navidad me la banco también, más ahora que eres el centro de la atención y de los regalos.

Tus hermanos están aprendiendo mucho contigo, así como vos aprendes de ellos. El Rodrigo tiene una capacidad increíble para imitar voces e inventar juegos. El Sebastián -aunque no te tenga mucha paciencia- siempre está pendiente de vos y acepta cuidarte aunque a veces lo muerdas como si fuera un pedazo de chocolate. El Jimbo es un santo y sin poner resistencia acepta que lo montes como a caballo, que le jales los bigotes y la cola, que le metas el dedo a la nariz. Lo máximo que ha hecho ha sido morder alguno de tus juguetes, darte un coletazo (sin querer) y lamerte/besarte. El papi te cuida, te cambia los pañales (con tus hermanos no era tan así) y hasta acepta bailar "Pulga Presidente" las veces que se lo pidas y conste que son por lo menos dos al día; tu papá que no es exactamente un gran danzarín. La Rita te adora y hasta ahora te carga en el ata (aguayo), te canta canciones ininteligibles en la lengua de sus abuelos y te escucha llorar a trescientos metros de distancia, apareciéndose con sus trenzas negras y su sonrisa postiza para salvarte de cualquier castigo.

Bueno, es hora de que tomes tu sopita, así que mientras la Rita te cambia el pañal, me voy a la cocina a traerte la comida.

Te abrazo y beso tu cachete derecho olor a queso.





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