lunes, mayo 22, 2006

PEQUEÑOS MARTIRIOS

Un pequeño martirio para ser tomado en cuenta en mi lista de cosas indeseables, está compuesto por los siguientes detalles:

  • Un frío de m... como el de ayer domigo en la ciudad de los anillos.
  • Ir a 40 km. por hora en el auto, a cumplir con unos encargos, pudiendo acelerar un poquito porque las calles estaban re vacías. (Mi marido manejaba).
  • Ir escuchando en la radio un partido de fútbol, no me pregunten entre quienes pero los corrrrrrrrrrners, las falllllllltas, el tiemmmpo y marrrrrcador, y el esférico famoso ya me estaban llegando al copete.
  • Mi marido, que no tiene precisamente un vozarrón de gran cantante, cantando en falsete los éxitos más sonados de los Ángeles del Infierno, cosas como "malditooooo, malditoooo sea tu nombreeeeeeeeeeeeee". Yo ya tenía mi tímpano izquierdo medio resentido.

    Un momento de esos pensé: ¿qué diría mi marido si en medio del viaje, su canción rockera del año del huevo y el partido de fútbol en la radio que me estaba volviendo loca, apretaba el botoncito rojo para sacarme el cinturón de seguridad, abría la puerta del auto y me tiraba a la calle con el auto andando?
    Ganas no me faltaban.

viernes, mayo 19, 2006

LA SEMANA SANTA DE ANTES


Antes la Semana Santa era diferente. Cuando yo era niña (hace como cuarto de siglo) se vivía la Semana Santa. En serio que el ambiente era tan diferente…

Días antes del Viernes Santo, en el único canal de televisión (Televisión Boliviana, canal 7) empezaban a proyectar películas de historias bíblicas. Imposible ver películas cómicas, mujeres en paños menores menos, ni hablar.

Me acuerdo por ejemplo de la película “Los diez mandamientos”: era impresionante para mis ojos de niña de ocho años ver la parte de la película cuando los israelitas con todas sus pilchas, familia y ovejas escapaban de Egipto, y los egipcios los empezaban a perseguir en unas carrozas a todo dar. Ahí uno decía ahorita los atrapan, porque estos israelitas iban con su santa gana y una cara de terneros degollados que para qué les cuento. Cuando los egipcios ya estaban cerca, Moisés oraba a Dios (en esas películas Dios siempre estaba en una nube ploma porque esa época la mayoría de las teles eran en blanco y negro y hablaba a través de unos rayos de luz que salían de la nube) y Dios le decía: "-¿Por qué me pides ayuda? ¡Ordena a los israelitas que sigan adelante! Y tú, levanta tu bastón, extiende tu brazo y parte el mar en dos, para que los israelitas lo crucen en seco...Cuando haya mostrado mi poder en el faraón, y en sus carros y caballería (cerrando el mar de nuevo para que se ahoguen los muy atorrantes), los egipcios sabrán que yo soy el Señor. Ojala mi jefe fuera tan claro cuando me da sus instrucciones.

Otra película clásica era Ben Hur, una historia de un hombre que era contemporáneo de Jesús y que pasa mil peripecias, pero en algunas partes de la peli se encuentra con Jesús (al que nunca se le ve la cara) y Jesús influye positivamente en su vida. Claro que nadie se acuerda mucho de estos encuentros, lo fascinante era ver la carrera de carrozas que para la época que fue filmado (1959) era lo máximo, digo eso porque muchas de las películas actuales usan a tal extremo los efectos de computadora que ya no impresionan a nadie, por lo menos a mí no, porque parece que hicieran un copy – paste y así multiplican cualquier cosa.

Había cientos de películas: Sansón y Dalila, El Rey Salomón, David y Goliat, y un largo etcétera. Pero las que más esperábamos mi hermana Liz y yo eran las de la Pasión de Cristo. El Viernes Santo era toda una ceremonia para ver esas películas. Nos encerrábamos en mi cuarto mi hermana, la empleada y yo, pero antes de que empiece la película nos muníamos de mandarinas, pasank’allas (pororó le dicen en la ciudad de los anillos) y maní (combinación explosiva) y nos acomodábamos lo mejor que podíamos, y cuando empezaban a torturar a Jesús, cuando cargaba la cruz, cuando lo crucificaban… llorábamos a gritos las tres. Siempre terminábamos con los ojos rojos e hinchados como pelotas, pero felices de haber visto la película tan esperada: en blanco y negro y a veces en traducción española.

A esas traducciones no se les entendía muy bien, como cuando señalaban a Pedro por ser discípulo de Jesús y este se negaba: “ezze ezstaba con el G’alileo” y Pedro se hacía el oso “No oss jguro que no lo conozzco” y de nuevo las viejas metiches “ess él yo le he vissto, confiesza, claro que lo conozcéis”. Creo que nuestros jóvenes y castos oídos todavía podían captar ese dejo español, pero ahora a mis 33 prefiero leer los subtítulos que ver las películas traducidas.

Bueno fuera de las películas todo el ambiente era especial: El Jueves Santo mi mamá salía más temprano de la oficina y después de abrigarnos de pies a cabeza por el frío paceño, nos íbamos a visitar las iglesias con mis tías y comíamos chocolates a más no dar. (Que era la parte que más me gustaba de visitar las iglesias).

Era imposible comer carne el Viernes Santo. Mi mamá preparaba una sopa de camaroncillos que era una delicia, y mi abuela Bertha se pasaba el trabajo de hacer los “12 platos” todos sin carne, creo que como conmemoración de la última cena, pero siempre lo hacía el Viernes. A la hora del almuerzo del Viernes mi papá nos contaba cómo pasaba sus Viernes Santos cuando era chico allá en un pueblito minero llamado Siglo XX al Norte de Potosí (eso da para otro relato completo).

Poco a poco las cosas han ido cambiando. Ese aire mágico de Semana Santa se ha ido perdiendo con los años y ahora es un feriado más para escapar de la rutina. En fin, mi familia no era muy católica, pero aún así ese feriado era único.

jueves, mayo 18, 2006

SIETE AÑOS EN SANTA CRUZ

Hace unos días me acordaba que hace 7 años que vine por primera vez a Santa Cruz, directamente a buscar casa.

Nunca en mi vida había venido ni de vacaciones y no conocía la ciudad, pero como a mi esposo le habían ofrecido mejores condiciones de trabajo si se trasladaba de La Paz, pues nos animamos.
Vine con mi suegra que, debo reconocer, siempre me ha dado una mano en las situaciones más complicadas pues por suerte es mamá gallina y está pendiente de cada detalle, ya que su actividad se divide entre variados grupos de Rummy y Pasanaku, peluquería, decoración de hogares (incluido el mío) y ser mamá y abuela a tiempo completo. Yo estaba esperando a mi segundo "talibancito", con un humor de la m...(madre patria), así que el hecho de departir 24 horas al día con mi querida suegra no era lo más placentero ni para ella ni para mí, eso sin contar con que no conocíamos la ciudad.

Nuestras primeras incursiones con el periódico El Deber en la mano eran un desastre ya que como no conocíamos los barrios íbamos a ver alguna "cómoda casa de una planta, 3 dormitorios, baño, living comedor, dependencias de empleada" y aparecíamos en el Barrio Pillín u otro barrio X donde la casita en cuestión evidentemente tenía 3 dormitorios pero con un patio de por medio con gallinas incluidas y variados inquilinos con quienes teníamos que compartir el mentado patio. Pero eso pasa aquí y en todo lado. Me acuerdo que en La Paz cuando me iba a casar, estábamos buscando un departamento y por ejemplo un anuncio del periódico decía "departamento céntrico en primera planta de 2 dormitorios con clóset", etc. Para empezar el que nos mostraba el departamento era un señor al que mi esposo conocía de su "época hippie", cuando tenía un "pub" en la calle 20 de Octubre de La Paz en medio de dos night clubs, y este señor trabajaba en uno de estos "centros nocturnos" de cuidante o no sé la verdad bien de qué (no creo que de stripper pues se parecía mucho al tripaseca del chapulín colorado). En segundo lugar si bien el departamento (que parecía más un pequeño galpón) era céntrico, los "clósets" eran un hueco estucado con un palo en medio ¡ah!, y con un a puertita que al tercer uso se iba a caer en la cabeza de alguien, o sea un recinto perfecto para realizar algún secuestro, esconderse de la ley o cualquier clase de evento macabro menos para que una recién formada familia con un bebé por venir viva en paz.

Bueno, siguiendo con el anterior relato, estábamos alojados en el Hotel Arenal y los tres (suegra, esposo y yo) compartíamos el mismo cuarto de hotel. Qué emoción.

Hubo una tarde en que teníamos que esperar que alguien nos llame para mostrarnos alguna casa o departamento y no era de lo más divertido quedarnos en el hotel, así que a mi suegra se le ocurre buscar una peluquería cerca. Como habíamos notado que la zona donde estábamos era un poco peligrosa (cerca al Parque el Arenal donde esa época funcionaba el Sindicato de Cleféros, Alcohólicos, Malentretenidos y ramas anexas, así con mayúscula) mi suegra tuvo la precaución de dejar todas sus joyas en el hotel pero no habíamos podido deshacernos de una manilla de oro (gruesa) que con los rayos del sol de las tres de la tarde no brillaba, gritaba. En el afán de buscar la famosa peluquería íbamos de los más tranquilas cuando de pronto escucho un grito desgarrador... me doy la vuelta y la veo a mi suegra forcejeando con un hombre chato de unos treinta y tantos con pinta de malviviente: ahí me convencí de que mi querida suegra no es ninguna margarita mustia porque el ladrón parecía la víctima, las uñas de la Marilusa (mi suegra), que gracias a la genética son hipergruesas, estaban clavadas en la cara del "pobre hombre" y como seguramente éste ratero había tratado de arrebatarle la cartera, la Marilusa había aplicado sus habilidades de lucha libre y lo tenía inmovilizado. Al fin del mentado forcejeo que debió durar como diez segundos que a mis ojos fue una eternidad, el ladrón le quitó el reloj, dio unos pasos hacia atrás y lo lanzó al aire. Yo ni corta ni perezosa, con mi panza de 4 meses de embarazo a lo único que atiné a hacer fue saltar e "interceptar" el reloj en el aire. El ladrón se escapó y nosotros nos subimos a un micro. Yo temblaba como una hoja pero mi suegra como si nada. Una vez en el micro una señora nos contó que detrás mío estaba una mujer que parecía ser la cómplice del ladrón y era a ella a quien el ladrón le pasaba el reloj. Casi me muero del susto.
Bueno, así pasaron los días entre idas y venidas y después de haber recurrido a una larga lista de intermediarios de bienes raíces, familiares no tan lejanos, amigos, etc., encontramos un departamento como queríamos: sin mucha flora y fauna al rededor, céntrico muy bonito y cómodo, donde pasé muy feliz los primeros 3 años de mi vida en Santa Cruz.
Una vez mi abuelo me dijo que en esta ciudad, cuando un colla sale de noche cerca del amanecer, corre el riesgo de quedar embrujado por el aroma de las flores que crecen en los árboles y no quiere irse de esta tierra nunca más. Dicho y hecho: Vlady (mi esposo) se enamoró de Santa Cruz y no pudo acostumbrarse de nuevo en Chuquiago Marka (lo intentamos durante un año). Así que tenemos la intención de echar raíces aquí aunque a veces me muera de nostalgia por mis montañas, por el viento frío, por la marraqueta (pan) y obviamente por la familia y los amigos que quedaron allá.
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