jueves, diciembre 27, 2007

EL CAMINO DE SAN DIEGO


Hace dos domingos mi choli y yo nos lanzamos a conocer la nueva Cinemateca en función noche; así que antes de desanimarnos por el friecito lluvioso de estos veranos Chuquiaguinos que son peores que el invierno, nos tomamos un taxi directo a la Capitán Ravelo y prolongación Federico Suazo. La película elegida fue “El Camino de San Diego” de Carlos Sorín.

La Película

Ignacio (Tati) Benitez, el protagonista de esta historia, vive en un pueblito llamado Poza Azul en la Provincia argentina de Misiones. Es fanático número uno de Diego Armando Maradona, tanto así que tiene la casa empapelada con los recortes de periódico de las noticias sobre Diego, un tatuaje con el número 10 en la espalda y la cara de diego en el brazo derecho (claro que el tatuador no era muy experto, así que podría ser "el Pelusa", Porcel o Susana Giménez).

Es tanta la adoración de Tati por "el 10" que tiene en un recuadro especial una entrada de cuando fue a ver a Diego al stadium y cuando nació su primera hija, hizo todo lo posible por ponerle "Diega" de nombre.

Tati es despedido de su trabajo, así que por sugerencia de unos amigos se emplea de ayudante de un viejecito escultor. Este anciano - que solo habla en guaraní - le enseña a encontrar raíces y troncos de árboles buscándoles diferentes formas, pues sus esculturas tienen alma, ya sea de pájaros, de personas, de otros animales del monte. Tati, pese a su precaria situación económica nunca pierde el optimismo y se dedica a vender estas esculturas a los turistas en los pueblos cercanos.

Un día lluvioso (con esas lluvias tupidas y calientes que extraño últimamente), Tati estaba en medio del bosque buscando raíces y se encontró con una raíz de Timbó que tenía la forma (según él) del "Pelusa" festejando un gol. Ese hallazgo le cambia la vida cuando decide llevarle personalmente esa raíz a Diego Armando Maradona, quien había sido internado en terapia intensiva en una clínica de Buenos Aires.

Algunas conclusiones (mías).

Una vez más, Carlos Sorín da vida a esta historia con actores naturales (no profesionales), por cuanto nos muestra las situaciones desde una mirada más íntima, haciéndonos partícipes del drama cotidiano, así sin maquillaje. Claro que no todas las actuaciones son perfectas, pero la historia (para mí) tiene credibilidad.

Esta es una película bastante optimista, pues como relaté en líneas precedentes, Tati nunca pierde la esperanza pese a su pobreza y a su falta de trabajo, y hasta a veces ve la vida con ojos de niño: con exagerada inocencia y cero maldad.

De la misma forma retrata desde una óptica interesante la vida de la gente pobre-pobre, de esas personas que prácticamente viven de la mano de Dios, sin un futuro prometedor ni nada más que la sobrevivencia del día a día. Quiensabe los apasionamientos por personajes de carne y hueso como "el 10" es para ellos una forma de ver la luz al final del túnel, una forma de escapar a su rutina sin esperanzas, un sueño por el que darían y sacrificarían todo.

viernes, diciembre 14, 2007

COSAS QUE UNO APRENDE

Llego de la oficina y la abuela Michi me cuenta que el Rodri tiene gusanera, pero que no me preocupe, que le había puesto "mentisán" en el traste y ya estaba mejor.

Bueno, subo donde el pequeño y le pregunto:

V- Hijito, cómo estás, dice que te escuece el potito?
R - Sí mamá, tengo "oxiuros"
V- ¿?
R- Oxiuros son los gusanitos que uno tiene en el trasero a veces
V- La abuela te ha dicho que así se llaman?
R- No mamá. Lo leí en mi libro de Ciencias.
V- (disimulando la cara de bolas tracas) Ah bueno.

Esos nombres técnicos no me los sabía. Cada vez me siento más como Sócrates, pero con un sentimiento más sinceramente ignorante "solo sé que nada sé".

P.D.: Deberían aumentar esa utilidad adicional en la tapa del Mentisán: "contra oxiuros".

jueves, diciembre 13, 2007

EL MINIBÚS

Hoy subí a un minibús bolivarista, pero tan bolivarista que se respiraba el color celeste. En la parte de atrás del asiento delantero del pasajero había un sticker de un león tipo “Thundercat” todo musculoso y bravucón vestido con el uniforme del equipo académico, rugiendo a todo pulmón. Tenía un tigre hecho papilla bajo sus pies y en la mano (o garra) izquierda, la polera del Strongest, como si se la hubiera arrebatado de un zarpazo al pobre tigre vencido. En varios lugares del vehículo había stickers de pelotitas de fútbol celeste y azul o celeste y blanco, o stickers con el nombre del Bolívar o frases como “Bolívar papá” o “si quieres celeste que te cueste”. Otro león parecido al del asiento de adelante estaba en el vidrio lateral, ese de donde el “voceador” saca su cabeza para anunciar la ruta del mini. Tanta exageración rayaba en lo que muchos llamarían "contaminación visual" o "cholivarismo agudo".

El conductor del minibús tenía las orejas de color café chocolate y era joven nomás, no ha debido tener más de 25 años. El voceador de unos doce años tenía la polera del Bolívar. Este changuito era flaquito, de cabello lacio que le caía en dos mechones sobre los ojos achinados de mirada desconfiada y de cachetes medio p’aspas (rajados por el frío). Anunciaba bien, no se saltaba ni una esquina sin decir: SanJorgeObrajes, CalacotoSanMiguel uno cincuentaaaaaa… diferente al del minibús en que me fui en la mañana, donde un gordito medio inutilango se olvidaba de anunciar la ruta, aún cuando el chofer tocaba la bocina tres veces en casi cada esquina y le decía “¡anunciá ps chico!”.

Como nunca, me quedé tan mareada con tanto cholivarismo que ni me acuerdo si había o no música. Además que el changuito era el típico voceador eficiente que a parte de anunciar la ruta en cada lugar donde habían potenciales pasajeros, sacaba su cabeza de rato en rato para fijarse si algún minibús de la “competencia” estaba cerca y le decía al conductor “el 214 viene jefe, medio vacío está” y el “jefe” apretaba el acelerador dejando entrar el viento por la ventana bolivarista haciendo volar los mechones cubreojos del voceador de ojos achinados. En cada lugar de la ruta, donde suele subir o bajar gente, la típica pregunta: “calle dos alguien baja?????” si nadie respondía, decía “nadie” no “nadieS” como generalmente se dice en estos casos.

No se llega muy rápido a destino en Minibús, pero el hecho de que cada subida y bajada (del centro a la zona Sur) sea una historia diferente es una delicia, no importa si escucho solo cumbia villera todo el camino, o si el minibús está sobrecargado de stickers y adornos que lastiman la vista o si el voceador grita la ruta cerca de mi oreja. Además de que a veces me siento dentro del cuento de Beto Cáceres (Línea 257) y me imagino que el voceador es el “Bombillas”.
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