sábado, marzo 26, 2011

DEL CANGREJO, SU INMORTALIDAD


Cuando era chica tenía la mala costumbre de vivir en una nebulosa, siendo lo más frecuente que pierda mis lápices, mi borrador, tajadores, y todo lo que estaba en mi estuche. La solución que encontró mi mamá para no hacerse socia de alguna librería (por que tenía que comprar borradores y demases por docena gracias a mí) fue amarrarme al cuello una cuerdita azul con el borrador como dige. Faltó poquito para que ponga también el tajador y el lápiz negro en mi collar/estuche, así que más por vergüenza que por sentido de responsabilidad aprendí a cuidar mis útiles.

Ya jovenzuela, gracias a que mi vanidad era más fuerte que mi sentido común y que a eso se sumaba mi vida paralela en la luna, era de las que perdía constantemente mis lentes de aumento, mis llaves, mi plata, mi calculadora y cuando tenía como 14 años me robaron el reloj de mi muñeca mientras viajaba en un micro "k" llenísimo del colegio a mi casa. El colmo de pajarona.

En la Universidad, cuando andaba de novia con mimarido, mi nivel de pelotudez era tal que era contagiosa, sobretodo en la primera etapa del enamoramiento. Nos tardábamos una hora (léase sesenta minutos, una eternidad) en ir desde el CBA hasta la UMSA (unas ocho cuadras); así que como seguramente caminábamos como un par de ahuevonados, una vez nos robaron las calculadoras y la billetera de mi mochila y sólo nos dimos cuenta de que la mochila estaba abierta al momento de despedirnos.

Cuando tuve a los chicos ya por instinto de conservación bajé un poco hacia la Tierra, así que por suerte nunca los dejé olvidados en ninguna parte ni me llevé a otro niño por equivocación a casa. Lo que sí una vez que fui al supermercado subí varias bolsas en la maletera de un taxi y llevé adelante una bolsa con algunas compras. Cuando llegamos, me bajé del taxi y me despedí del taxista. Al momento de entrar al edificio me acordé de mis otras bolsas del mercado que se habían quedado en la maletera. Corrí como media cuadra tratando de alcanzar al taxi hasta que (como en las películas) tomé un segundo taxi al vuelo y perseguimos al taxista que se llevaba mis bolsas. Así seguimos la pista del taxista desde la Paraguá y Segundo Anillo (esa época vivía en la ciudad de los anillos) hasta la Banzer y Tercer Anillo, donde está el Hipermaxi. Bajé del segundo taxi y con mi cara de chivo correteado alcancé al primer taxista para "hacerle notar"que había olvidado mis bolsas en la maletera. El taxista que era un señor mayor, ni cuenta se había dado y me llevó de vuelta a mi edificio con mis mentadas bolsas.

Cuando recién andábamos haciendo los trámites para iniciar la empresa donde trabajo actualmente, en una de las visitas de mi jefe a Santa Cruz (donde iniciamos la oficina) me pidió que lo lleve a un lugar donde podían arreglar un desperfecto en su celular, algo fácil y rápido, cosa de dejarlo en una tiendita de celulares de esas que hay por el Palacio de Justicia, que me de una vuelta y lo recoja al rato. Lo dejé y como había una trancadera descomunal en la calle Libertad, me di una vuelta por otra callesita para hacerlo mejor y me olvidé por completo donde había dejado a mi jefe. Di como tres vueltas hasta que por fin lo encontré todo sofocado y emputado en la esquina en que lo había dejado media hora antes.

Por más que sigo andando con cara de astronauta en la calle, lo más que me ha pasado últimamente ha sido olvidar las llaves de mi oficina unas siete veces en los últimos tres años y la única vez que perdí mi billetera con todos los documentos adentro, me llamaron para devolvérmela. Trato de mantener mi mega cartera medio ordenada y mi cerebro un poco más alerta para no seguir andando como pajarona por la vida. Ahora, después de treinta y ocho años puedo decir que el cangrejo no es tan inmortal pero sí es inevitblemente hereditario, así que cada que mi Rodri pierde sus lentes, su celu y cualquier otra cosa, respiro hondo y cuento hasta cien, tal como mi mamá seguramente hacía para no apretarme el cuello.
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