Cuando yo era niña los guardias y serenos solo estaban en la casa de los políticos, diplomáticos, en los Bancos, en algunas empresas y pare de contar.
En los últimos diez años, con la proliferación de la “inseguridad ciudadana” (y del desempleo también) hasta el barrio más humilde tiene un sereno y no solo de noche, de día también.
Cuando llegué a vivir a la calle Los Pinos, el sereno era el Nicolás: de unos treinta y pocos y de Buena Vista (no que veía bien, sino que nació en el pueblo de Buena Vista). Era un buen sereno, no faltaba nunca, solo para la novena del Divino Niño en su pueblo pero le pagaban poco, así que como le ofrecieron más en el otro manzano cerca de la plazuelita, se fue.
Después del Nico estaba el Juan Carlos: bajito, medio choco (rubio), ojos pequeños, un poco gordo, de bigotes y la cara rojiza. Le gustaba mucho la bebida, así que llegaba a las 7:30 de la noche pero a las 10 estaba roncando y ni se enteraba qué pasaba. Una noche unos vecinos llegaron a su casa y en la puerta de su garaje vieron al Juan Carlos echado sobre la acera con un plato de tallarines sobre su pecho. Pensaron que le había dado un ataque o algo así. Asustados bajaron del auto pero al acercarse el olor a trago era alucinante. Lo movieron y nada, le gritaron, y ni se inmutaba el hombre, hasta le quitaron el silbato y lo hicieron sonar en su oreja… nada de nada no reaccionaba, estaba totalmente bestia, así que como pudieron lo arrastraron unos metros más para poder meter su auto en el garaje. Como las historias del Juan Carlos eran ya muchas se tuvo que ir.
El tercero era un viejito ex policía: Don Lázaro Limachi paceño, así se presentaba, Don Lázaro Limachi paceño. A Don Limachi le llegaron al copete algunos vecinos que no pagaban sus cuotas a tiempo y luego de cuatro meses se fue.
Un tiempo después el señor de la otra esquina, contrató al Eloy Fernández: bajito, flaquito, siempre vestido de negro y sobretodo muy responsable, cumplido, educado, en fin una joya de sereno tenemos desde hace dos años.
En el día: hasta hace poco estaba Don Miguel, un viejito que cuidaba la casa de la otra esquina donde funcionaba una oficina del ex Servicio Nacional de Caminos. Don Miguel hablaba siempre con “z”, tenía los ojos saltones y era chismosooooo, meticheeeeee y pedigüeño. Cuando estaba llegando a mi casa y veía que me hacía señas ya sabía que era para pedirme un “préstamo” o contarme algún chisme. Respiraba, contaba hasta doscientos y ya. Hace poco cerraron la oficina del SNC, alquilaron la casa y Don Miguel se fue nomás a la suya.
Lo que yo no termino de entender es si – Dios no quiera – pasa algo, qué se yo, roban en una casa, roban un auto, asaltan la tiendita (venta le dicen en la ciudad de los anillos) de Doña Nancy, ¿qué puede hacer el sereno más que servir como testigo presencial? Puede que su presencia desanime a algunos malvivientes medio truchos de cometer sus fechorías, pero no a la mayoría. Pensar que el Eloy arriesga su vida por poco más ochocientos bolivianos (como cien dólares).
Hace un tiempo cuando estaba viviendo en otra casa temporalmente, no teníamos sereno, pero un día X se me acercó el que cuidaba la otra cuadra y me dijo: “…la otra noche un hombre ejtaba tratando de trepar su barda como a laj tré de la mañana…si quiere yo puedo cuidar su casa pa’ que nadie se acerque porque sé que viven “puro” mujere” (Claro, hacía dos meses que mi esposo se había ido a laburar a otra ciudad). Me dio rabia su marketing personal. Lo que me rondaba por la mente en ese momento para respnderle:
1) Qué pena que no entró, hace tiempo que no vemos a un hombre! (y poner cara de libidinosa)
o
2) No se preocupe, tengo una calibre 38 y una puntería perfecta cuando disparo (bien que no le daría ni a una vaca aunque estemos frente a frente), eso es suficiente para nosotras. Pero nah, para qué. Le dije que le avisaría, y de todos modos a las dos semanas volvimos a mudarnos a la calle Los Pinos.
Los famosos serenos saben todos nuestros “movimientos”: saben cuanta gente vive en cada casa, a qué horas salen, quienes se quedan etc. Ese me parece otro peligro, pues quién te garantiza que el crespo de la otra esquina no sea un informante de algún grupo de pillos. Aunque pensándolo bien, lo que tiene que pasar va a pasar de todos modos.