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A pesar de que siempre dices:
"yo? no, nunca me resfrío" qué crees... sí, caíste. Toda la noche sentiste la garganta seca, estornudaste, se te congestionó la nariz y en la mañanita te levantaste con la sensación de que alguien durmió sobre tu cabeza.
En el noticioso anuncian cuatro grados centígrados, así que abres la cortina y ves la ciudad aún somnolienta, las luces de algunas avenidas todavía prendidas y todo cubierto de neblina. Te dan escalos fríos y lo primero que se te ocurre es una
frase célebre un poco cambiada
"¿bañarme yo? ...¡que se bañe su abuela carajo!" pero pensándolo bien una ducha caliente es la única solución para descongestionarte. Te miras en el espejo y estás de terror: los ojos llorosos, la nariz roja. Camino a la ducha te pones a pensar qué rato, cómo, cuándo te resfriaste. Quizá la señora que estornudó en el trufi te pasó todos sus virus, o te contagió el voceador del minibús que tomaste el otro día que te sentaste en ese asientito odioso que da a la ventana, pues cada vez que se hacía cambiar las monedas con el chofer acercaba su cara hasta tu mejilla y así "cheek to cheek" viajaste buena parte del tramo hasta tu casa. En la oficina no porque nadie está resfriado... mmm... medio raro el asunto.
Abres la llave de la ducha y esperas a que el espejo empiece a empañarse como señal de que el agua está lo suficientemente caliente. Entras, qué delicia. Sientes como te vas decongestionando y sales de la ducha echando vapor como un pollo recién hervido pero contento. Te cubres con cinco tohallas y así envuelto como momia te secas lo más rápido que puedes y te pones la ropa antes de que ese frío antipático te ataque de nuevo. Te secas el pelo mientras sigues viendo las noticias. Te suenas la nariz cada dos minutos. Desayunas algo caliente. Te quemas la lengua.
Sales a la calle más abrigado que un esquimal con un paquete de pañuelos desechables a la mano y un dulce superextra menta para poder prolongar lo más posible el momento en que la tos de burro tísico empiece otra vez. Al verte nomás con esa pinta la gente evita acercarse. Claro, con el tema de la gripe porcina, perdón A(H1N1), y con la cara alucinante que tienes eres un potencial sospechoso.
Subes al minibús y la gente trata de no sentarse a tu lado. Estornudas cubriéndote con el pañuelo desechable pero medio minibús se da la vuelta y te lanza una mirada asesina, como si lo hubieras hecho a propósito y les estuvieras por contagiar una peste. Bajas seis cuadras antes de tu destino porque te está empezando un ataque de tos y nadie perdonaría que contamines a todos los pasajeros, total, es hora pico y todos van casi abrazados...
Así empieza tu día con ese puerco e inevitable resfrío de invierno que te tiene mal. Lo que yo sé y vos no sabes es que la próxima vez no harás alharaca de tu inquebrantable salud.
Los virus somos muy vengativos. Mucho.