Don Daniel debe tener como sesenta y cinco a setenta años, tiene algunos dientes (otros no), el pelo blanco siempre bien recortado y una gorra color sepia (originalmente ha debido ser café o roja) que no se saca nunca, haga sol, llueva, sea de noche o de día. Es el cuidador del parqueo donde dejo el auto.
Vive en un cuartito en el mismo parqueo. Desde tempranito está barriendo la calle, lavando autos, o en largas charlas con una cholita viejiiita que se sienta en un banquito de madera al lado de la mesa donde él tiene sus "fichas" de control, cerca de la ventana del cuarto donde está el reloj marca tarjetas con el que controla el tiempo de parqueo.
Algunas veces charlamos un poco, y por lo general cuando salgo del parqueo me recomienda que guarde bien mis llaves, que agarre bien mi cartera, que no vuelva muy tarde y que si mi choli (léase esposo) va a recoger el auto, que le avise, porque él no debería dejar que "naties shempre" se lleve el auto, sólo yo.
Otro personaje del parqueo es el Andrés, hijo de Don Daniel. El Andrés también lava autos y es un as del volante, pues cuando el parqueo se llena, acomoda los autos metiéndolos en los recovecos más estrechos con pocas maniobras. Siempre está sonriente con su gorro azul de lana y sus ojos achinados como ojales.
El ingreso al parqueo es una pendiente de 45 grados. Le tenía mucho miedo, sobre todo al salir, pues quedarme en medio de la pendiente era nomás para poner el freno de mano, bajarme y llamar al Andrés para que me de una mano o si no, me abandonaba en neutro hasta llegar otra vez a lo plano, le pedía a Don Daniel que me de el visto bueno desde la calle y de un solo impulso sacaba el auto hasta afuera. El otro día en medio camino se me atravesaron dos viejitas que caminaban a paso tortuga en la calle, así que me tuve que quedar en medio camino y lo peor es que otro auto detrás mío estaba ya en la pendiente. Lo primero que hice fue abrir la ventana y llamar al Andrés para que me auxilie, pero nada, no me escuchaba. Así que tomé la decisión: partir en tremenda subida como me había enseñado el choli: soltar poquito a poco el embrague, apretar el acelerador hasta llegar al "punto cero" y partir. ¡Lo logré!!!! No podía creer, salí del parqueo con una cara de alegría que me duró unas cuadras. Me imaginaba a la gente que se me cruzaba pensando "y esta bolas, de qué sonríe" y me daba más risa.
En las charlas con Don Daniel, hay una historia que me ha contado como tres o cuatro veces, pero me encanta la forma cómo lo cuenta en su aymara-ñol:
" Señorita, te via contar, no pas tejar el auto en la calle nunnnnca shempre, bien pelegroso es. El señor del este auto torato teniaba una vagoneta lendo, sos llantas herrrrmossso no así - vas descolpar- no así homildes como tos llantitas, no, bien lendo cruesso, crande sos llantas. Una noche por Achomani se habiá dejado so auto en la calle. A la metia hora se habiá recresado y habiá escochado on ruido k'aj-k'aj. Sebiá cercato y tos hompres se estaban sacando sos llantas. El señor se habiá querido gritar cuanto ono nomás ono de los hompres habiá sacado so revolver y "calladito carajo" lebiá dicho. El otro como sonso nomás sebiá tenido que merar, calladito como se sacaban sos llantitas y en on taxi se lo habián subido sos llantas y ch'an lesto sebián desparecido. Ahura lloranto está el señor, ves? por tejarse en la calle, ahura nuay garantías pues señorita, crave está. Aquí to autito securo está nove?".