jueves, septiembre 16, 2010

LA CAPERUZA



Últimamente la Caperucita andaba aburrida. Como que ya no le entusiasmaba repetir todos los días el mismo cuento. El lobo había envejecido y estaba medio sordito, así que al preguntarle "abuelita, por qué tienes los ojos tan grandes?", había que gritarle, pues el lobo respondía de memoria y ya no era divertido cambiar el orden de las preguntas.

Un día despistó al lobo y se fue a tomar el té con su abuela, quien la miró con los ojos más grandes que los del lobo porque estaba acostumbrada a seguir el guión al pie de la letra y en ningún lugar del cuento decía que la Caperucita llegaría antes que el lobo y a tomar el té. La Caperucita dejó la pesada canasta con todo lo que le había mandado su madre, besó en la frente a su abuela y se fue. En el camino dejó la caperuza colgada en un árbol cerca de donde el leñador dormía una siesta (seguramente haciendo hora para ir a rescatarla) y tomó la ruta hacia el pueblo.

Nunca más la llamarían Caperucita Roja, sino Daniela o Gabriela o Carolina. Todavía no había decidido su nuevo nombre, ni su nuevo cuento.

miércoles, septiembre 08, 2010

EL CINE EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA


Cuando era niña/jovencita, allá por los lejanos '80, ir al cine en Chuquiago era otra cosa. Para empezar no llegaban tantas películas, sino unas cuantas que a veces daban simultáneamente en las diferentes salas de cine. Una vez armado el "grupo de choque" la idea era escoger una película, cuyo mega cartel se exhibía en la parte frontal de uno de esos cines. Comprabas las entradas y las taquillas (papelitos de colores doblados como cucuruchos en una tabla con huequitos, de donde uno tenía que escoger los asientos para ver la peli) y una vez con la entrada y la taquilla en la mano, salías a la calle donde se ubicaban una fila de kiosquitos colocados sobre una especie de bases un poco elevadas de donde podías comprar todos los dulces que ibas a comer durante la película. Mis favoritos eran los Sugus, Rompemandíbulas, Lentejas de D'onofrio, los besos de negro, Sweetarts, chocolates varios y por supuesto los Craker Jack. Máquinas de Pipocas solo me acuerdo que habían en el Monje Campero y en el 6 de Agosto, pero ya en los '90. Las pipocas las tenías que comprar nomás en bolsita de la casera de la calle. Luego de que te habías munido de todas las golosinas posibles, entrabas a buscar tu asiento y empezaba la peli. La pantalla era gigante y (para mí) lo máximo era ver la película desde Mezanine (una especie de segundo piso). Si te atrasabas, un señor con una linternita te guiaba hasta tu asiento.


La mayoría de los cines eran en el centro, como los cines Tesla y Scala en la acera frente al Banco Central. Esa calle tiene una pendiente pronunciada y el cemento de la acera está tan "caminado" que es super resbaloso, así que había que tener cuidado para no caer en estilo libre. El cine 16 de Julio y el cine Monje Campero en pleno Prado paceño y el cine 6 de Agosto en Sopocachi. Otros dos cines de los que me acuerdo son el Cine Universo y el Cine Miraflores. En la misma época funcionaban en la ciudad (incluyendo El Alto) como 20 cines más.

Una de las primeras películas de las que me acuerdo es una película india que contaba la historia trágica de un payaso a la que nos llevó mi tía Carmen. Yo tendría como 7 años y fuimos toda una tropa de primos. Era tan triste la película que lloramos más que en la pasión de Cristo y mi tía no sabía cómo consolar a tanto mocoso junto (éramos como 5 o 6).

"La niña de la mochila azul" también fue célebre. Fui cuando tenía 7 años en una de las vacaciones y me acuerdo que no quería sonreir porque estaba cambiando dientes (léase chimuela o k'asaventana).

Los "Supermanes" fueron memorables. Ver al superhombre del peinado de robacorazón y calzoncillo encima de los pantalones en la pantalla gigante del cine era una sensación a parte, además que (por lo menos yo) esperaba cada Superman con todas las ansias posibles.

De la Guerra de las Galaxias (Star Wars) salí medio mareada, no tanto por lo largo de la película, sino por los efectos especiales en los que uno se sentía volando en esas naves a través del espacio estrellado e infinito. Me encantaba el peinado de la princesa Leia, con esas trencitas anudadas en forma de rosquillas alrededor de sus orejas. Claro que por la forma de mi rizado y eléctrico pelo que la mayoría del tiempo estaba recortado estilo Mafalda, era tarea imposible, pero ese es otro cuento.

Cuando tenía como 10 años, mi papá nos llevó a ver una función especial de Charles Chaplin. Al principio mi hermana y yo estábamos decepcionadas de que no sea "el Chapulín" como habíamos pensado, pero en cuanto el hombrecillo empezó a hacer de las suyas agredecimos infinitamente a mi papá por presentarnos a ese personaje imprescindible.

E.T. es también de esas épocas, al igual que las pelis nacionales Mi Socio y Amargo Mar.

Ahora ir al cine es diferente. Desde la creación de los Megas, Multis y demás "Centers" la idea es ir al boliche en cuestión y escoger de la cartelera la película menos mala. Claro que hay ocasiones en que la película vale los 50 mangos que pagas por persona (incluyendo pipocas y cocacola, cuando no es 3D), pero es rara vez. En esa dinámica he llevado a los chicos a ver películas que me gustan tanto como una depilación con cera en el área del bikini, pero ya no más. Me he prometido a mí misma que el Cine es solo para ver películas que me gusten, sin importar que tenga efectos especiales de última generación o efectillos estilo copy-paste. Así por lo menos vuelvo a la sensación de que ir al cine es como un ritual, como comer una comida especial, como un día de fiesta.
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